domingo, 30 de marzo de 2008

el miedo al logro de maría teresa priego

De verbo en verbo/de selva en selva/de polo en polo/de tú a tú. Pura López Colomé
En Elizabeth, la reina le dice a Walter Raleigh: “Es usted un hombre que ha viajado, más allá de los mapas". Me gustó mucho esa frase. Quizá de ese “más allá”, construido cotidianamente, se trata justo, la intensidad de la vida. Sus colores. Su honestidad y sus búsquedas. Raleigh regresaba del “Nuevo mundo”, cargado de objetos desconocidos. Ajenos. Había viajado hacia territorios no registrados por los cartógrafos.
Pensé en “el mapa” como en una metáfora de los orígenes: El entorno familiar. Sus reglas. Las conscientes y las inconscientes. La idea que cada familia tiene de ella misma en tanto que familia: “Nosotros así somos”. La idea que los padres (o figuras tutelares) tienen, de cada uno de sus hijos, en tanto que sus hijos. La idea que tienen de cada hijo, en cuanto a cómo intuyen o creen intuir que es. El lugar que cada persona ocupa en la realidad y en el imaginario de su familia. Y en medio de esos vaivenes, entre “ese lugar que me otorgan”, y “el lugar que me imagino que tengo”, surge cada ser humano en toda su complejidad: ¿Quién soy yo? “Más allá” de los mapas conocidos. Descritos. Elegidos para mí. Soñados. Deseados para mí. ¿Cuál es el lugar que yo quiero? ¿Viviendo cómo? ¿Haciendo qué? Las preguntas que se repiten a lo largo de la vida. En sus versiones más complejas y en las más cotidianas.
Un ser humano se construye en la elección de su singularidad. Sin duda. Pero esa elección tiene sus costos. La elección de esa que soy yo, pasa por una ruptura indispensable con ese primer “nosotros” que me albergó y me contuvo. Con ese territorio conocido espacio de mis referencias, y de mis certidumbres. Singularizarse significa elegir. Significa diferenciarse. Significa aceptar un proceso de distanciamiento interior para con las reglas del clan. Y con el clan. Aún en el caso de las relaciones familiares más logradas, cada persona crea sus propias reglas. Así lo hacemos, o lo intentamos. Entre el ansia de libertad y el miedo a la libertad. Entre la lealtad con los orígenes, y la lealtad con uno mismo. Entre los deseos de los otros y nuestros propios deseos.
Pero hay una cierta culpa, que nos persigue y a veces nos atrapa. A lo largo de la vida. En diferentes circunstancias que podríamos más bien considerar positivas. Afortunadas. Hasta muy felices. Una especie de culpa vaga o clarísima, molesta o francamente dolorosa, que mirada de cerca tiene que ver con un sentimiento de estar traicionando. Algo. A alguien. Una se siente culpable de "traición", sin que nada en la realidad ofrezca el más mínimo dato en esa dirección. La culpa que puede llegar con el logro. El miedo al logro.
Freud analizó esa “culpa” en 1936, en una carta al escritor Romain Rolland, y la atribuyó a lealtad imaginaria a los orígenes, (imaginaria, porque no necesariamente los padres o los hermanos la solicitan o la esperan o les sirve para algo). En la carta Freud narra como llegó por fin a su tan soñada Acrópolis. Y no pudo con ella. Después de darle vueltas a su incomodidad en todas las direcciones se dio cuenta de que se sentía culpable de estar allí. En un lugar al que su padre nunca había ido.
Su padre fue un hombre de recursos económicos modestos, a quien probablemente –además- la Acrópolis lo tuvo muy sin cuidado. Pero su hijo no podía permitirse ser feliz de cumplir su sueño (tan singularmente suyo): mirar el Partenón. Freud se sentía culpable de ese deseo y esa posibilidad que lo diferenciaba de su padre. En su carta a Rolland, describió la existencia de esa emoción oscura y estorbosa: el miedo al logro. Lo atribuyó a la “empatía filial”. Al miedo a la separación (repetida) de con sus orígenes.
El miedo a eso que llamamos “fracaso”, es angustiante, desata retahílas de síntomas incomodísimos, pero tiene –por lo menos- una gran virtud es: “lógico”. El miedo al logro en cambio suena absurdo. Inaceptable. El logro es “bueno”, por lo tanto no puede producir más que buenos sentimientos. ¿Y si no siempre fuera así? ¿Y si existieran viajes –distintos para cada uno de nosotros- hacia el “más allá” del mapa de los orígenes, que nos llenaran de culpas? De frases como: “No tengo derecho”, “No me lo merezco”. “Soy tan feliz en este momento que temo un castigo..."
La botella se fue al mar. Nos escuchamos.

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