Su muerte deja al periodismo en un estado de postración no conocido jamás. Aquellos gigantes mediáticos en cuyos estudios crecieron excelentes sucesores de Cronkite se deshacen hoy por el impacto de la crisis económica y la sequía de ideas. Las empresas periodísticas luchan malamente por sobrevivir, sin norte, sin recursos y sin fe en su producto. Los periodistas desconfían tanto de sí mismos que ceden su espacio a cualquier reportero improvisado que quiera llenar con exageraciones o mentiras el vacío de profesionalidad reinante. Con la excusa de las exigencias de las nuevas tecnologías, el periodismo renuncia a sus señas de identidad y se lanza sin pudor por el barranco del sensacionalismo.
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