miércoles, 29 de abril de 2009

artículo de diana neri arriaga


                                                      La doctrina del shock

                           

La influenza y el terror que causa se parecen mucho a los síntomas de nuestras enfermedades conocidas, estacionarias, pero ahora tiene el carácter del sida o del cáncer mortal y, por tanto, un estornudo es una agonía.

Noam Klein, en su libro La doctrina del shock, sostiene que la teoría del shock en los individuos (como cuando los pacientes con problemas mentales eran tratados con electrochoques) funciona de la misma manera con sociedades enteras. El shock puede ser un desastre natural, un ataque terrorista, una guerra (o una epidemia), lo que nos convierte a todos en niños desorientados en búsqueda de líderes que nos protejan. Se convierte en terrorista el que no crea en ellos. 


              observa, analiza.  piensa en esto:    http://www.youtube.com/watch?v=cvG0gbvZ4tY


Ahora, un estornudo es una agonía; un beso, un terror. Poco duró aquí el gusto del récord Guinness de gente besándose. Es probable que el pasado 14 de fébrero en el Zócalo sea considerado por las autoridades como el responsable de este brote de influenza. La derecha universal, asentada en todos los gobiernos y partidos, estará feliz en lo que seguramente desde los púlpitos de la manipulación ideológica, política y religiosa será considerado castigo divino. Toda la fiebre amorosa de la primavera ha sido reprimida y convertida en un gran ambulatorio hospitalario de peste y tapabocas.

En pocas palabras, la “ley antibesos” de Guanajuato se metió al Distrito Federal por la Secretaría de Salud y presagia grandes conflictos tras los ejercicios de manipulación, aislamiento, miedo y desconfianza hacia el vecino. Las declaraciones de las autoridades de salud son cartas patrióticas ante el terror viral.

Sabiendo cómo actúan los gobiernos en estos tiempos y la debilidad de la ciudadanía, las comunidades y los intelectuales frente a los grandes fenómenos de comunicación y manipulación informática, es necesario traer comparativos que nos podrían ayudar a no quedarnos con la información oficial a secas y a buscar otros referentes, pues hoy el solo hecho de estornudar, según lo visto en las noticias, es razón suficiente para entrar en estado de pánico.

Recordemos lo sucedido en Nueva York durante la era del alcalde derechista Rudolph Giuliani, antes del 11 de septiembre: se dijo en forma igualmente alarmista que había llegado “un mosco asesino de África”, por lo que Giuliani mandó fumigar la ciudad con gran espectacularidad, haciendo uso de helicópteros y anunciando que todos se iban a morir si comían pollos.

Aquí son los cerdos mutantes y la influenza se pasa del Poder Ejecutivo al Legislativo y al Judicial; en México esta vieja epidemia se llama “influyentismo” y no hay vacuna que nos cure de ella.

Los neoyorquinos aún recuerdan lo tiempos de histeria previos a la caída de las Torres Gemelas, e igual, todos portaban tapabocas, desconfiando de todo, sospechando contagio y dejando a las autoridades no sólo la última, sino la única palabra.

El programa cero tolerancia de Giuliani que se aplica en el Distrito Federal es todo un programa y lleva incluida la histeria colectiva, el odio, la desconfianza. Este tipo de fenómenos epidemiológicos del siglo XIX que acontecen en el XXI por lo general llevan en la panza un conflicto político grave, una manipulación, y es la manera en que hoy se gobierna sin credibilidad. De un día para otro, el mal desaparecerá.

En estas horas y próximos días el rumor sobre miles de muertos, sin cuerpos ni funerales, se extiende con la misma técnica que se usó en la versión de que El Chapo está en todas partes, come pacíficamente en restaurantes y quita celulares a los comensales. Esto tiene un tufo y cierto vínculo con los rumores y los chistes que venían de Chile en 1975, antes del golpe militar contra Allende; son el rumor de la “rata gigante” y del Chupacabras, un paso más en la militarización y sólo por una razón: no hay información precisa y confiable. Por alguna razón, la influenza nos acerca al discurso de Bush “contra el terrorismo” y hace del virus un protagonista más de la descomposición política que vivimos.

Entre la confrontación entre el gobierno federal, el del Distrio Federal y el del estado de México –confrontados hace unos días por el tema del agua–, y entre PAN, PRD y PRI en la lógica de la contienda electoral, el brote de influenza ha sido convertido en una escalada para ver quién tiene el discurso y la posición más catastrofista, y así, en unas cuantas horas del viernes pasaron de la minimización y trivialización del tema al extremo del alarmismo.

El protocolo de salud, basado en los datos precisos sobre el carácter exponencial de la epidemia, que debería determinar las medidas a seguir, no existe, y las que se manejan son confusas. Asimismo, la frontera entre fallecimientos previstos y por la influenza se oculta deliberadamente. ¿Cómo deslindar en este momento los síntomas de una gripa normal de los de la influenza? ¿Quién ante una gripa no ha sentido dolor de cabeza, de garganta, cansancio y dolor de huesos? Si el virus es nuevo, ¿por qué ya tienen la medicina y dicen que no nos preocupemos?

 

Contra el mal, una recomendación: mejor morir que dejar de besar.

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